Trastear es el arte de buscar, rebuscar, encontrar, hacer un diagnótico y aplicar las soluciones.







El peligro de no comer mortadela... O de no saberla comer.


Esta mañana, como muchas otras, fui a comprar tabaco y a tomar café a un bar que hay cerca de mi casa.
Un bar de hombres. Sí, todavía existen esos bares por esta zona del campo.
Un bar donde el hombre se siente seguro, un bar donde el hombre aún se siente el dueño, señor y amo de todo cuanto le rodea. Donde el hombre se siente el único.
Un bar donde el hombre tapa sus debilidades y sus miserias envolviéndolas en la falsa ilusión que dan varias copas de vino.
Hay casi un acuerdo tácito entre hombre y mujer, y ella lo respeta, lo asume y lo hace suyo. Y por tanto no entra en esa parcela que es propiedad del hombre y donde él puede emborracharse con la seguridad de que, bajo los efectos del alcohol, puede decir cuanto le apetezca, criticar cuanto le de la gana y decir todas la burradas que en ese momento salgan de su boca, con la certeza de que va a ser aplaudido por el resto de la ignorancia presente sin que esté delante la mirada de la mujer, que con sólo eso, una mirada silencia la equivocada palabrería de este tipo de hombres.
Es la liberación del insconsciente que da rienda suelta a lo que de otro modo sería imposible.

Me da cierta pena este tipo de hombres. Tal vez porque de ahí vengo yo, en ese mundo me crié y en él crecí. Por eso conozco ese mundo y cuando de nuevo entro en él, ahora sólo de visita, mi única forma de respeto hacia él es el silencio.
Un silencio que me duele.

Sé que no soy bien allegado a ese mundo. Y no soy bien allegado porque para ellos represento, sin ni siquiera darse cuenta, esa parte tan bonita de sí mismos que aún no pueden ver.
He sido y soy criticado por romper el pacto, ese pacto de silencio de viejas y caducas costumbres.
Por romper esas cadenas me han crucificado y a ello he tenido que hacer oidos sordos, cuando he podido. Hubo un momento en que tuve que dejar de entrar en ese bar, me sentía indigno y si en algún momento entraba, lo hacía con la cabeza baja.
No es tan fácil como pueda parecer romper con esas tradiciones. Con esa mezquindad, con esa degradación del ser humano, con esa ignorancia.
Hoy no me siento ni superior ni inferior, siento que soy uno más pero hoy vuelvo a poder entrar y ahora lo hago con la cabeza alta.
No guardo rencor, al contrario comprendo. Comprendo porque vengo de ahí. Y respeto y me gustaría ayudar. Me gustaría ayudar porque sé que la humanidad tiene que romper esas cadenas que lo atan a un pasado que tiene que empezar, de verdad, a ser eso, pasado. Y el hombre tiene que dejar ya de ser el sexo débil, reprimido y esclavizado. Tiene que dejar atrás ya ese rol de falsa fortaleza (Que tanto daño, tantas guerras y tanto mal a causado y causa) y asumir sus partes más débiles para hacerse fuerte.

Sí, me gustaría ayudar. Y sé que cuando entro en ese bar mi única forma de ayudar es el silencio y el respeto. Y sobre todo no entrar en el juego fácil y cómodo de reir esas gracias, esos chistes y ese lenguaje mediocre que envilecen a los de mi sexo.

Es cierto, sé que me váis a decir que no todos los hombres que acuden a estos bares son iguales. Sí, lo sé. Hay hombres muy íntegros, hombres que tienen una gran sabiduría, hombres sencillos, amables, sensibles. Y sí, también van a este tipo de bares.
Pero casí siempre los escucho hablar muy despacio, bajito y con respeto. Cuando no están solos en una mesa con su vino por delante. Y cuando en la tele empiezan los toros se levantan y se van. Y también estos hombres saben de lo que estoy hablando.
No, no me refiero a estos hombres, me refiero a aquellos que les duele leer estas palabras. Aunque quizás no las lean nunca.

En algunas ocasiones oigo decir a determinadas personas que vienen de fuera, cuando visitan esos ambientes, que eso les parece auténtico, sincero, natural, la tradición que no hay que perder.
Los entiendo también, sólo vienen de visita.
Pero yo soy una parte de ese mundo y lo conozco y me duele. No, no quiero formar parte del espectáculo de un circo.

Me gustaría que el hombre de aquí dejase ya ese rol y fuese lo que somos todos ¡UNO!
Hombre y mujer somos lo mismo. Con sus diferencias pero lo mismo.
El hombre tan débil y tan fuerte como la mujer. Y la mujer tan fuerte y tan débil como el hombre. ¡UNO!

Me gustaría que el próximo día cuando vuelva a ir a ese bar mujeres y hombres nos emborrachasemos juntos, si es que hay que emborracharse.

Conozco este tipo de hombres muy bien (Porque yo vengo de ahí, que no estoy libre de pecados), y cuando este tipo de hombres llega al poder acusa a los que no piensan como él de comer bocadillos de mortadela. Y los llama extranjeros...

Porque tienen miedo...
Miedo a perder su falsa fortaleza, y miedo a ganar algo muy bonito que se llama DEBILIDAD.
Pero claro toda la educación que arrastramos desde tiempos inmemoriales es que el hombre tiene que ser fuerte. Je,je...
En el fondo todo es cuestión de miedos, de falta de confianza en uno mismo.

Sí, Afortunadamente lleva razón el señor alcalde. Soy muy infantil, si no como iba a poder escribir esto. Gracias a Dios no soy tan viejo como él, aunque tengo más edad.

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