La bondad de este árbol no es sólo que durante su larga vida nos haya alegrado la nuestra con su belleza...
Ni tampoco está en habernos aliviado nuestro camino con su sombra...
Ni en la madera que de sus ramas salió para calentar nuestro hogar, fabricar nuestros muebles o construir nuestras casas...
Ni tan siquiera podemos decir que su bondad estuvo en la cantidad de cosechas de ricos frutos que con su benevolencia nos ofreció...
No, al menos para mí, la bondad de este árbol está en que al final de sus días, cuando parecía que ya nos lo había dado, regalado, ofrecido todo ha sido capaz de acoger en su seno, en su corazón, en su centro a otra especie diferente.
Y permitirle que en él crezca, de él se alimente y de él aprenda.
Un gesto que, como podéis comprobar, le hace grande y le da belleza.
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